domingo, 9 de marzo de 2014

Doctrina Espiritista

Los mismos seres que se comunican se designan, como lo dijimos, con el nombre de Espíritus o genios y aseguran haber pertenecido, por lo menos algunos, a hombres que vivieron sobre la Tierra. Constituyen el mundo espiritual, como nosotros constituimos, durante la vida, el mundo corporal.

Resumimos así, en pocas palabras, los puntos más importantes de la doctrina que nos trasmitieron, para responder más fácilmente a ciertas objeciones.

“Dios es eterno, inmutable, inmaterial, único, todopoderoso, soberanamente justo y bueno.
Creó el Universo que comprende a todos los seres animados e inanimados, materiales e inmateriales.
Los seres materiales constituyen el mundo visible o corporal y los seres inmateriales el mundo invisible o espírita, es decir, el de los Espíritus.
El mundo espírita es el mundo normal, primitivo, eterno, preexistente y sobreviviente a todo.
El mundo corporal no pasa de ser secundario; podría dejar de existir, o no haber existido jamás, sin alterar la esencia del mundo espírita.
Los Espíritus revisten, temporalmente, una envoltura material perecedera, cuya destrucción, por la muerte, los vuelve libres.
Entre las diferentes especies de seres corpóreos, Dios escogió la especie humana para la encarnación de los Espíritus que alcanzaron un cierto grado de desarrollo, lo cual les da la superioridad moral e intelectual sobre todos los otros.
El alma es un Espíritu encarnado, cuyo cuerpo es sólo una envoltura.

Tres cosas existen en el hombre: Primera, el cuerpo o ser material análogo al de los animales y animado por el mismo principio vital; Segunda, el alma o ser inmaterial, Espíritu encarnado en el cuerpo; Tercera, el lazo que une el alma al cuerpo, principio intermedio entre la materia y el Espíritu. Así, pues, el hombre tiene dos naturalezas: por el cuerpo, participa de la naturaleza de los animales, de los cuales tiene el instinto; y por el alma, participa de la naturaleza de los Espíritus.

El lazo o periespíritu que une el cuerpo y el Espíritu es una especie de envoltura semimaterial. La muerte es la destrucción de la envoltura más grosera, el Espíritu conserva la segunda, que constituye para él un cuerpo etéreo, invisible para nosotros en estado normal, pero que puede, accidentalmente, hacerse visible y hasta tangible, como ocurre en el fenómeno de las apariciones.

Así, pues, el Espíritu no es un ser abstracto, indefinido, que solo el pensamiento puede concebir; es un ser real, circunscrito, que en ciertos casos, es apreciable por los sentidos de la vista, del oído y del tacto. Los Espíritus pertenecen a diferentes clases y no son iguales ni en poder, ni en inteligencia, ni en saber, ni en moralidad.

Los de primer orden son los Espíritus supe¬riores, que se distinguen de los demás por su perfección, sus conocimientos y su proximidad a Dios, la pureza de sus sentimientos y su amor al bien; son los ángeles o Espíritus puros. Las otras clases se alejan más y más de esa perfección; los de las clases inferiores están inclinados a la mayor parte de nuestras pasiones: al odio, la envidia, los celos, el orgullo, etc.; y se complacen en el mal. Entre ellos, los hay que no son ni muy buenos ni muy malos, más embrollones e inoportunos que malos, la malicia y las inconsecuencias parecen ser su diversión: son los Espíritus traviesos o ligeros.

Los Espíritus no pertenecen perpetuamente al mismo orden. Todos progresan, pasando  por los diferentes grados de la jerarquía espírita.
Este progreso ocurre por medio de la encarnación, que es impuesta a unos como expiación y a otros como misión. La vida material es una prueba que deben soportar repetidas veces, hasta que hayan alcanzado la perfección absoluta. Es una especie de examen severo o depuratorio, de donde salen más o menos purificados.

Dejando el cuerpo, el alma vuelve al mundo de los Espíritus, de donde había salido, para tomar una nueva existencia material, después de un lapso de tiempo más o menos largo, durante el cual permanece en estado de Espíritu errante. Debiendo pasar el Espíritu por varias encarnaciones, resulta de eso que todos tuvimos diversas existencias y que tendremos aún otras, más o menos perfeccionadas, bien sea sobre la Tierra, o en otros mundos.

La encarnación de los Espíritus ocurre siempre en la especie humana y sería un error creer que el alma o Espíritu pueda encarnarse en el cuerpo de un animal

Las diferentes existencias corporales del Espíritu siempre son progresivas y jamás retrógradas; pero la rapidez del progreso depende de los esfuerzos que hacemos para alcanzar la perfección. Las cualidades del alma son las mismas que las del Espíritu que está encarnado en nosotros; así, el hombre de bien es la encarnación de un Espíritu bueno, y el hombre perverso la de un Espíritu impuro.

El alma tenía su individualidad antes de la encarnación y la conserva después de su separación del cuerpo. Entre esta doctrina de la reencarnación y la de lametempsicosis, tal como la admiten ciertas sectas, existe unadiferencia característica que es explicada en el curso de estaobra.

A su regreso al mundo de los Espíritus, el alma encuentra allí a todos aquellos que conoció sobre la Tierra, y todas sus existencias anteriores se retratan en su memoria con el recuerdo de todo el bien y de todo elmal que hizo. El Espíritu encarnado está bajo la influencia de la materia; el hombre que supera esa influencia por la elevación y purificación de su alma, se aproxima a los Espíritus buenos con los cuales estará un día. Aquel que se deja dominar por las malas pasiones y cifra toda su alegría en la satisfacción de los apetitos groseros, se aproxima a los Espíritus impuros, dando preponderancia a la naturaleza animal.

Los Espíritus encarnados pueblan los diferentes globos del Universo.

Los Espíritus no encarnados o errantes no ocupan una región determinada y circunscrita, sinoque están en todas partes, en el espacio y a nuestro lado, viéndonos y codeándose incesantemente con nosotros; es toda una población invisible que se agitaa nuestro alrededor.
Los Espíritus ejercen, sobre el mundo moral eincluso sobre el mundo físico, una acción incesante.

Actúan sobre la materia y sobre el pensamiento, y constituyen una de las potencias de la Naturaleza, causa eficiente de una multitud de fenómenos inexplicados o mal explicados hasta ahora, y que sólo encuentran una solución racional en el Espiritismo.

Las relaciones de los Espíritus con los hombres son constantes. Los Espíritus buenos nos incitan al bien, nos sustentan en las pruebas de la vida y nos ayudan a soportarlas con valor y resignación; los malos nos incitan al mal: y les es placentero vernos sucumbir y equipararnos a ellos.

Las comunicaciones de los Espíritus con los hombres son ocultas u ostensibles. Las ocultas ocurren por la buena o mala influencia que ejercen sobre nosotros sin que lo sepamos; corresponde a nuestro juicio discernir las buenas y las malas inspiraciones. Las comunicaciones ostensibles se verifican por medio de la escritura, de la palabra, o de otras manifestaciones materiales, y lo más frecuente a través de los médiums que le sirven de instrumento.

Los Espíritus se manifiestan espontáneamente o por evocación. Se pueden evocar a todos los Espíritus, lo mismo a los que animaron a hombres obscuros, como a los de los más ilustres personajes, cualquiera que sea la época en la que hayan vivido; así los de nuestros parientes y amigos como a los de nuestros enemigos, y obtener en comunicaciones escritas o verbales, consejos, informaciones sobre su situación en el más allá, de sus pensamientos respecto a nosotros, así como las revelaciones que les son permitidas hacernos.

Los Espíritus son atraídos en razón de su simpatía por la naturaleza moral del medio que los evoca. Los Espíritus superiores se alegran en las reuniones serias donde prevalece el amor al bien y el deseo sincero de instruirse y mejorarse. Su presencia ahuyenta a los Espíritus inferiores que encuentran, por el contrario, libre acceso y pueden actuar con toda libertad entre las personas frívolas o guiadas tan solo por la curiosidad y donde quiera que encuentren malos instintos. Lejos de obtener de ellos buenas advertencias o enseñanzas útiles, pues no se deben esperar sino futilidades, mentiras, bromas pesadas o mistificaciones, porque con frecuencia usurpan nombres venerables para mejor inducir en el error.

Es sumamente fácil distinguir los Espíritus buenos de los malos. Pues, el leguaje de los Espíritus superiores es constantemente digno, noble, inspirado por la más alta moralidad, libre de toda pasión inferior; sus consejos exaltan la más pura sabiduría, y tienen siempre como objetivo nuestro progreso y el bien de la Humanidad. El de los Espíritus inferiores es, por el contrario, inconsecuente, con frecuencia trivial y hasta grosero; si dicen a veces cosas buenas y verdaderas; con más frecuencia las dicen falsas y absurdas por malicia o por ignorancia. Se divierten con la credulidad y se distraen a expensas de los que los interrogan, alardeando de su vanidad, alimentando sus deseos con falsas esperanzas. En resumen, las comunicaciones serias, en la total acepción de la palabra, sólo se obtienen en los centros serios, en aquellos cuyos miembros están unidos por una comunión de pensamientos para el bien.

La moral de los Espíritus superiores se resume, como la de Cristo, en esta máxima evangélica: “Hacer a los demás lo que quisiéramos que a nosotros se nos hiciese”; es decir, hacer el bien y no el mal. En este principio encuentra el hombre la regla universal de conducta, hasta para sus menores acciones.

Nos enseñan que el egoísmo, el orgullo, y la sensualidad, son pasiones que nos aproximan a la naturaleza animal y nos prenden a la materia; que el hombre que, desde este mundo, se desprende de la materia despreciando las futilidades mundanas y practicando el amor al prójimo, se aproxima a la naturaleza espiritual; que cada uno de nosotros debe ser útil con arreglo a las facultades y a los medios que Dios, para probarle, ha puesto en sus manos; que el Fuerte y el Poderoso deben apoyo y protección al Débil, porque el que abusa de su fuerza y de su poder, para oprimir a su semejante, viola la ley de Dios. Enseñan, en fin, que en el mundo de los Espíritus, donde nada puede ocultarse, el hipócrita será desenmascarado y todas sus torpezas descubiertas; que la presencia inevitable y perenne de aquellos con quienes nos hemos portado mal, es uno de los castigos que nos están reservados y que al estado de inferioridad y de superioridad de los Espíritus son inherentes penas y goces desconocidos en la Tierra.

Pero nos enseñan también que no hay faltas irremisibles, y que no puedan ser borradas por la expiación. En las diferentes existencias, encuentra el hombre el medio que le permite avanzar, según sus deseos y sus esfuerzos, en la senda del progreso y hacia la perfección que es su objetivo final”.

Este es el resumen de la Doctrina Espírita, según resulta de la enseñanza dada por los Espíritus superiores.

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